SIEMPRE NOS QUEDARÁ MALASAÑA

Las luces de las calles que nos ven envejecer aún siguen encendidas y los búhos y los gatos que nos observan desde las farolas donde una vez nos apoyamos, responden al silencio de las conversaciones que nunca sostuvimos resonando a gritos desde el fondo de los vasos que derramamos más que de los que absorbimos.

Bajo esas luces, y sentados sobre el asfalto, soñábamos que algún día levantaríamos el vuelo, nuestras almas tan intactas como el resplandor de las gotas de lluvia al atravesarlas, incluso cuando no llovía. 

Así nos fuimos preparando para tantas despedidas que, como cualquier encuentro, de tan inesperadas y fortuitas parecen ni siquiera haber acontecido: increíble incertidumbre de seguir caminando inmóviles mientras aún estamos vivos.